Si la semana
pasada me declaraba agnóstico de la felicidad, ésta me declaro agnóstico del
concepto tener éxito, como un complemento de eso que llamáis felicidad. Cuando
le preguntas a bocajarro a alguien que quiere ser, te dice casi seguro que feliz
y a continuación lo remarca con “tener éxito”. Ser y tener la tormenta perfecta
de la antigua era económica en la que estamos inmersos los pre millenials.
Empresas
como Air bnb, Bla Bla Car dan buen rollo y nacen en un marco estratégico
cultivado por su propia generación, que no pudo acceder a una hipoteca de una
casa, ni de un coche para sentirse feliz ni exitoso. La primera no tiene
habitaciones, la segunda no tiene coches… Y no sólo lo consumen los que
alcanzaron la mayoría de edad en el milenio… que ahora rondan los treinta años.
Fue el
sábado pasado al desvirtualizar a la coach Henar Moreno cuando me di cuenta que
depositar el éxito en los demás o en algo exterior carece de sentido. Al final,
el éxito es algo parecido a sentirse a gusto con uno mismo, se haga lo que se
haga, sin metas exteriores ni notarios que avalen tu éxito, ni cimas personales
que subir. Así que éxito, go home, exit.
Y la movida
es, por qué somos tan inocentes y confiamos nuestra alegría y existencia a
valores antinaturales, ¿será comodidad social? ¿Será delegar la existencia a
los demás? ¿Cuándo estos pasan en quinta de lo que te ocurra? El profesor no lo
es 24 horas al día, ni tus padres pueden serlo toda la vida, y la sociedad, los
medios de incomunicación no pueden ser la causa de todo…
Dice el
filósofo Norbert Billbeny que “el éxito es ir de fracaso en fracaso sin
desesperarte”, eso es como decir que calor es igual a frío. Una incongruencia
conformista en toda regla. Al igual que en USA dicen que fomentan la resilencia
al fracaso, y que hasta que no fallas cuatro o cinco veces no aciertas…
Pero yo
me pregunto, si somos plenos con nosotros mismos, nuestra existencia será
exitosa y por tanto, no habrá fracasos. Habrá otras cosas, pero no fracasos, ni
tropezar en piedras.
Y toda esta retahíla
viene a colación porque a los post generación Z (de momento sin etiquetar, a
ver cuánto les dura), al 50% de los niños alemanes, ingleses… se les medican
pastillas contra la ¡depresión! Acabáramos…
Basta ya, de la cultura del burro y
la zanahoria, a todos los docentes que estáis innovando, pero que al final tragáis
con carros y carretas con la cultura del esfuerzo que dignifica al ser humano,
al moldear la voluntad. En breve podréis deshaceros de esas alforjas con la tecnología que esta a punto de presentar Javier Sirvent, con la cual, el aprendizaje será un 27% más rápido... Adiós a los TDA médicados. Los niños podrán volver a ser niños.
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