En mi caso, cuando un familiar de Covid se aburrió de maltratarme, he tardado un mes en recuperarme. Sí, porque te deja para el arrastre. Al quitarte las ganas de comer tu plato favorito por insaboro, unido a una fatiga de caballo. Llegas al final de la convivencia con el bicho, con la operación bikini ya realizada. A mí me quito los 4 kilos que había creado durante décadas de comercio y bebercio, para ser un lordzalamero.
El martes 31 de marzo, tras volver a mi temperatura normal de 35,6 y tras una semana sin casi síntomas, daba por concluida nuestra relación con Covid19.
La sensación que tuve tras el Covid es recuperar ¡la VIDA! Sí, tal cual, volvía de un estado de fatiga física y mental extenuante. Levantarme de la cama, ducharme e ir a la cocina a desayunar en media hora, era como subir al Everest en helicóptero, volvía a ser un juego de niños, sin lobos en el camino en forma de sincopes. E incluso podía mantener una conversación por teléfono más de cinco minutos sin que me doliera la cabeza.
El jueves 2 de abril, me atreví a entrar en ese cuarto que tengo por despacho, en mi casa, y poner el portátil encima de la mesa, sentarme enfrente, abandonando el sofá del salón. Fue curioso descubrir que cuando pones el portátil ahí, aparecen Outlook, Gmail, WhatsApp, y relegan a Netflix.
Por la tarde, llamé a Mariajo Cano la mentora residente del coworking de la EOI y la Junta de Comunidades en Cuenca, para decirla que volvía al cole, a dar mis mentorias aplazadas por el Covid. Lo que no entendía es por qué en el cronograma de la siguiente semana aparecían el jueves 9 y el viernes 10 de abril como festivos. ¿Qué puente había en marzo si ya había pasado el día del padre? Mariajo me dijo que era ¡Jueves y Viernes Santo! Que fuerte, ya estábamos en Semana Santa…
El viernes 3 empecé mis primeras mentorias online de hora y media cada una, con Juan y Marta Luz. A pesar de mi cansancio, no sabes la gozada que fue poder estar unas horas hablando de algo que no fuera el corona virus.
El finde recuperé el modo Neftlix, sofá y el portátil tomado por esta plataforma. No tengo tele.
El lunes 6 de abril retomaba conversaciones con mis colaboradores, tanto de la startup de comida como con la productora de televisión, para pasar del modo charla de amigos a modo curro.
El martes 7 y el miércoles 8 fueron dos días intensos, ya que enlace unas siete horas de mentoria online, más la video llamada diaria con mis padres, más alguna llamada más de móvil, que supusieron las 10 horas de atención plena de la cabeza, pensando que la vuelta al curro me sentaría bien.
Por lo menos, me sentí útil al ayudarles a crear estrategias comerciales gratuitas, a partir de las respuestas que les habían dado sus potenciales clientes, en el ejercicio de validación de su negocio que les había planteado. Estrategias que la mayoría podían poner en marcha en pleno confinamiento.
El jueves 9 me centré en mi startup de comida, y a última hora me di cuenta que tocaba pagar el IVA del trimestre anterior, y la clase que di en marzo en el coworking de Cuenca, había que presentarla. Un efecto raro del post covid es que se me había olvidado el procedimiento de las facturas de la EOI, y mira que las llevo haciendo cuatro años. A lo mejor, influirá que llevaba desde octubre sin emitir una factura por el accidente que tuve en septiembre, pero normalmente en cinco meses no te olvidas de respirar.
Hasta a mí me parece exagerado escribir esto, pero si sobrevives al entreno de un Covid, te obliga a un reseteo vital. Ves la vida de otra forma, e incluso te borra rutinas que tenías aprendidas.
Del viernes al lunes estuve enfrascado en la propuesta comercial que le debía a un cliente, que aceptó posponer por mi estado con el Covid.
Martes y miércoles, startup de comida, donde nos dimos cuenta que tras unas semanas de shock volvíamos a tener una oportunidad en este nuevo mercado, a partir de julio. Así que tocaba y toca correr, para estar operativos.
El jueves 16, tras 12 horas mirando el portátil, por mentorias online, videollamadas de otros clientes, me empezó a doler la cabeza, y empecé a sentirme de nuevo cansado, se me empezaba a hinchar el parpado inferior del ojo derecho y volvía a tener fiebre. Para colmo, saltaba la noticia en Korea del Sur, que 91 personas que habían superado el covid ¡volvían a dar positivo!
En teoría ya había pasado las dos semanas de cuarentena postcovid, pero con este bicho hay poca información de qué pasa luego. Así que me volví a armar de paciencia, por si fuera un latigazo de Covid, tan propenso a pegar un gancho de izquierdas cuando crees que ya todo ha pasado. Lo bueno, es que la curva de los hospitales se empezaba a aplanar y la sanidad pública entraba en una fase meseta.
El finde el ojo y la fiebre fueron a peor, volviendo a un estado fatiga. Lo que me llevó a whatsaapear de nuevo a mi sobrino Juan Pedro por si era una blesfaritis, ya que decían que el Corona se podía manifestar por una conjuntivitis… Me dijo que no me preocupara, y que si seguía así en unos días que le diera un toque.
Como nos aprisiona el miedo en nuestra mente. Mis padres me convencieron para que llamara a mi médica de cabecera del ambulatorio al lado de mi casa. Ahora que se había aplanado un poco la curva, quizá no les supiera mi presencia un estorbo. Porque con la que hemos vivido, lo último que quería es molestar a equipo sanitario de mi barrio donde vive mucha gente de la tercera edad.
El martes llame por teléfono al ambulatorio y una de opciones era si tenías o habías tenido Covid, la persona que me atendió al decirla que tuve sincopes, me dijo que me llamaría mi médica. La cual, me llamó a las pocas horas. Me comentó que sería un orzuelo, por tener las defensas bajas y tantas horas de portátil, pero por si acaso, que fuera físicamente a su consulta, para descartar otras cosas. Y me dijo, intuyendo mi miedo a volver a pillar el covid, "tranquilo en la entrada te pararan y luego la sala de espera está vacía".
El miércoles 22 de abril, más de un mes después de aquel 17 de marzo que sali de casa a la farmacia a por Paracetamol, volvía a salir de casa, y por causa mayor, que yo estaba mi a gusto en mi casa, ahora que había recuperado la pasión por la vida. Lo llaman síndrome de la cabaña, unido a que mi primo Pablo me traía la compra semanal y mi dosis de hummus, al cual me he vuelto adicto tras convivir con Covid, ¿será por el sabor a vinagre que me recuperó el gusto?
Ponerme la mascarilla ffp2, los guantes, el chándal, la sudadera, abrir la puerta de mi casa, bajar en el ascensor, caminar por el portal, mirar a la calle, ver que no hay nadie, abrir la puerta y salir.
Camine con paso decidido hacia el ambulatorio, de vez en cuando me cruce con algún perro paseando a su dueño, y en el semáforo las cuatro personas que aguardábamos para cruzar, intentábamos dejar unos metros entre nosotros. Al ver algunos coches parados en el semáforo y ver que sus conductores llevaban mascarillas, era consciente que seria.
Al llegar al ambulatorio veo gente con mascarillas esperando, pero a mi pregunta de si es la cola, no responden, así que me meto hasta la mitad de un túnel de 10 metros, ahí, un sanitario me para me dice que me ponga bien la mascarilla, y me pregunta a qué voy. Saco mi tarjeta sanitaria, le explico que tengo hora con mi doctora, y me dice que espere fuera, en la calle, ya que mi médica tiene una urgencia. Al rato aparece una ambulancia del Samur con sanitarios con EPis, pantallas y maletas, ¿será la urgencia de mi médica?
En la calle, me alejo de los demás unos metros, y me pongo a andar tres metros de ida y vuelta. Hace un mes que no ando fuera de casa, y había que disfrutarlo. Miro a derecha, a la izquierda, hace un día maravilloso, que sol y alucino con lo lejos que está ese cielo azul sobre mi cabeza. Entre los edificios y él caben pájaros volando, nubes y otras nubes, ¡qué pasada! Cuanto cabe ahí. Sí, sé que es el cielo, pero llevó un mes sin que mi mirada mire más allá de mis 30 metros del patio al que da mi casa.
A la media hora, me vuelvo a aventurar a meterme en el túnel, y al llegar al control, me dice que pase a la sala de espera que mi médica ya está libre. Me impresiona ver el espacio al que dan todas las consultas, de unos 40 metros d largo por 20 metros de ancho, completamente vacío, solo estaba yo, y mis circunstancias.
La consulta con mi médica fue genial, me dijo que era un orzuelo, me mandó una pomada, y ponerme calor. Me entró tanto placer, y satisfacción al saber que en principio el bicho no era el causante a priori, si no, el estrés de reengancharme al curro con las defensas bajas que me llene de alegría, y se me pasó preguntarla si había una lista de espera para hacerse test algún día. Bueno, daba igual, volvía a estar vivo y con una preocupación menos. Para que luego tu miedo no me bombardee el WhatsApp o el Messenger, decirte que no me hizo una prueba, si no que por la exploración que hizo y por mis síntomas vio que era un orzuelo.
Fue curioso, que hace justo un año, ella me planteara que tenía que adelgazar, pues bien, gracias al Covid, conseguí quitarme los últimos kilos, y pesaba 12 kilos menos que hace un año. Estando en mi peso ideal para estar sano, aunque echo de menos mis lorzas de tanto comercio y bebercio.
Compre la pomada en la farmacia, y antes de volver a casa, baje la calle para ver los árboles y el césped de una plaza cercana, necesitaba ver naturaleza de verdad, no solo por el Netflix. Me acabe abrazando a un árbol para sentir la energía del planeta. Puede que estuviera 10 minutos en esa plaza en la que suele haber un montón de abuelos con sus nietos. Alucine como la naturaleza, estaba cubriendo los adoquines, y cómo me sentía que estaba haciendo algo ilegal, aunque no hubiera nadie, me fui para casa.
Con la pomada, y agua caliente el orzuelo se fue retirando. También me auto impuse una dieta de mirar menos horas las pantallas. Lo cual, es jodido, porque al vivir solo, me paso un montón de horas mirando al móvil. O como ahora que llevo tres horas mirando el portátil. También whatsappee a mi sobrino para decirle que las aguas volvían a su cauce.
Seguí en mi casa, y ayer volvía a salir a la calle para ir a hacer la compra, lo cual, para mi suponía un reto, otra vez ponerse la mascarilla, los guantes y al salir al portal, ver que había runners, footineros y paseantes para arriba y para abajo de mi calle, pero guardando la distancia de seguridad al tener una acera de seis metros. Cuando me lance a la calle tras una pareja que marchaba a buen ritmo, me pareció ser parte de una colonia de hormigas, unas en una dirección y otras de vuelta.
La cola de espera para acceder al súpermercado, fue corta, y al cuarto de hora estaba dentro. Molaba volver a comprar en mi supermercado, y esta vez hice caso a mi madre y me compré algún capricho culinario, (mira el hashtag #nosolopapas en Instagram).
A la salida del súper como ya era más de las 10 y pico, todos los deportistas habían desaparecido, y mi calle volvía a ser un desierto. Al llegar a mi portal, me di el lujo de regalarme cinco minutos viendo los arboles de mi calle.
Moraleja, cuando convivas con el Covid, en los próximos rebrotes, tómatelo con mucha calma, y paciencia, y cuando se aburra de ti y acabe vuestra relación, no te obsesiones por saber si queda algo de él en ti. Tan solo, se responsable sigue aprendiendo a aguantarte a ti mismo en tu casa, y si sales, respeta la distancia social, lleva mascarillas y guantes. En lo mental, recuerda que Covid no es una gripe, y si te reenganchas mi rápido al curro, con las defensas muy bajas como me pasó a mí, puedes tener una pequeña recaída.
Tras covid no vale aplicar las normas de antes, donde centrarse en el curro, no te aleja de ti, y de tus preocupaciones.
Tan solo un deseo,
¡Ánimo por la vida!
Como la que representa el tomate que encabeza este post, y me trajo mi primo Pablo.
Muchas gracias.