Seré que he recibido una educación rara de la leche, pero se me hace muy difícil comprender a aquellos hombres que no conciben como iguales a sus madres, de las cuales han llegado a esta vida.
Así que el pasado 8 de marzo, día de la huelga feminista, me uní a mi madre para acompañarla por las calles de Málaga, y admirar su felicidad a rabiar, al comprobar con sus propios ojos, que había relevo generacional para combatir la mayor de las injusticias, negar la igualdad a más de la mitad de la población mundial. Miles de mujeres jóvenes, muy jóvenes coreaban a mandíbula batiente “no nos falta ropa, les falta educación”. Lo mejor fue cuando hackearon el recorrido y se fueron a la calle Larios, epicentro de la vida malagueña, si no, pasa ahí, no ha existido.
El machismo te encierra en tus miedos, el feminismo te abre a los demás. Porque hacen participes de sus conquistas sociales a toda la sociedad. Ya es hora que los hombres dejemos de mirar para otro lado, ante el chascarrillo fuera de lugar, y empecemos a ser participes a la par que cómplices de una revolución liderada por mujeres, que puede que sea la única que salve al planeta como grita la quinceañera Greta Thunberg
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