El lunes pasado
cumplía 42 años, y puede que sea porque estoy madurando, pero de repente me di
cuenta que no deseaba especialmente ningún bien material. A ver, antes de que
saques el colmillo, claro que soy parte de esta sociedad, y no me importaría
que Amancio me donara unos milloncejos de esos que le sobran, y tener un yate y
un… vamos lo del anuncio de la primitiva de la zanahoria que nos ponen delante
para que sigamos consumiendo, y cómo no lo tengo, me genere ansiedad y…
Retomemos la
conversación, sabiendo que lo de la primitiva es plan C, realmente me di
cuenta, ¡por fin! Que, si bien el dinero ayuda y mucho a estar alegre, en el
fondo, cuando haces balance de tu vida, no es echas de menos lo que no tenías
materialmente, si no el tiempo que no te regalaron otras personas para estar
contigo.
También voy
aprendiendo a aguantarme a mí sólo, sin tener que estar llamando o
feisbuqueando para sentirme acompañado. Por fin, empiezo a valorar mi tiempo de
vida real, este momento en el que estoy escribiendo estas líneas, incluso a ser
consciente de que lo disfruto. Puede que, aprendiendo a valorar mi tiempo,
aprenda a valorar más el de los otros. Cuanto me recuerda esto a que la mejor
manera de ser empático con un decisor de compra es valorar más su tiempo que el
mío.
En definitiva, ya
he empezado esa etapa en la que el tiempo es la clave, es lo único que se nos escapa
y no podemos controlar. Sí, puede que lo alarguemos de forma indefinida siendo
inmortales, pero cada año desaparecerá, aunque cumplamos mil.
Al final cada
persona o bot te regala su tiempo si tú eres consciente de lo valioso que es,
no se trata de dar para recibir en un futuro, si no, de darlo porque se
disfruta regalándolo, sin buscar contraprestaciones ni zanahorias mentales o
afectivas.
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