De pequeño salir
a la pizarra en clase era un marrón, tenía claro más o menos qué me iba a
preguntar el profe, pero no tenía ni idea qué responderle. El pánico a hablar
en público era absoluto, lo cual dista mucho de lo que dicen que pasa en los
colegios de USA donde salir a la pizarra es un premio. Claro que en unión de
estados donde el 7% (16 millones) piensan que el batido de chocolate viene de
las vacas marrones, pues como que tampoco es que sean muy de fiar.
Desde hace unos
años, toda aceleración de startups, o emprendedores pasa si o si, por un
Demoday, donde hay que lanzar un elevator pitch a la concurrencia, ya sean 20
expectadores, 200 o 2.000… Es el gran acto final de la logia estartapera,
presentar tu proyecto delante de inversores para convencerles de que te paguen
tu salario y el de tu equipo durante los próximos dos años. Pero, no hay inversor
real para tanta presentación por lo que al final se convierten en pantomimas.
Sobre todo, porque ni todas las startups necesitan un inversor ni todos los
emprendedores lo son por vocación, si no por obligación de auto emplearse, para
lo cual, un inversor ni pincha ni corta.
Entonces, de qué
sirve sólo preparar a la gente para hacer presentaciones espectaculares en público,
pues, de cara a que se atrevan a exponerse hacia el mercado, de algo, pero de
poco más.
Más que para inversores
ávidos de invertir en proyectos, para lo que sirve un power point es para
saltarte la barrera de entrada para conseguir una reunión, al plantearte tu
interlocutor la típica frase “¿puedes enviarme un email? Si adjuntas un PDF con
texto concreto y empático con los objetivos de negocio de tu cliente, tendrás
muchas posibilidades de conseguir una próxima reunión con tu cliente, o incluso
con un family office, porque los negocios se siguen haciendo cara a cara y los
acuerdos se firman en la intimidad.
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