Hace un cuarto de siglo estuve un verano de intercambio en
Menlo Park para practicar el inglés, sin yo saber que estaba en el epicentro
del hoy deseado Silicon Valley.
He de reconocer que fui a parar a una familia adinerada,
recuerdo que tenían un descapotable y una escondida piscina, en una época en la
que azotaba con fuerza la seguía en California.
Hubo varias cosas que me chocaron, sobre todo la enorme variedad
de cereales que había en el lineal del supermercado, había decenas de marcas
diferentes y de infinitos sabores, imposible elegir a la primera… Pero una de
las cosas que más me chocó era que después de lavarse los dientes, se
enjuagaban la boca con un líquido de color que sabía a rayos, ¡mira que eran
raros estos yanquis!
25 años después, el Listerine a base de anuncios en la tele, es un producto plenamente
aceptado por el consumidor español, el cual, ha removido a las marcas
tradicionales de dentífricos para desarrollar sus marcas blancas y luchar por
hacerse con su parte del mercado.
Esta reflexión, viene a colación, sobre la relatividad de las
innovaciones a las que estamos asistiendo en estos momentos. Si bien, los
primeros pasos de la economía del conocimiento, nos está permitiendo ser
protagonistas del cambio que estamos experimentando como prosumidores
(productores y consumidores). Hay que bajar las revoluciones del entusiasmo, y
saber que muchas de las innovaciones offline que estamos viendo es debido a que
vamos madurando como mercado, independientemente de los clásicos ciclos de crisis
económica y de valores.
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